Informática y condiciones laborales: cuando la tecnificación no garantiza derecho

Informática y condiciones laborales: cuando la tecnificación no garantiza derechos

La Guardilla Podcast · La Guardilla Archive

Durante años se ha vendido la informática como el camino perfecto del “ascensor social”: si estudias lo “correcto”, si aprendes a programar, si dominas las últimas tecnologías, “saldrás adelante”. Ese relato ha alimentado muchas expectativas… y también bastante soberbia clasista hacia quienes eligieron otros estudios o simplemente no encajaban en el molde.

Hoy, con la automatización y la IA ganando terreno, una parte de esa misma gente se está encontrando con algo duro de asumir: no eran individuos excepcionales blindados por su talento, sino trabajadores dentro de un sector sometido, como cualquier otro, a recortes, presión por costes y decisiones empresariales. Y lo que antes se vivía como competición meritocrática, ahora se ve cada vez más como precariedad compartida.

Este texto intenta mirar ese proceso sin inquina, desde la empatía y la crítica estructural.

1. El mito del genio autodidacta: ¿mérito individual o red colectiva?

La figura del informático “hecho a sí mismo” suele olvidar todo lo que hay detrás:

  • La mayoría se ha formado en centros públicos: FP, universidad, becas, programas de recualificación, acceso a bibliotecas con conexión e instalaciones pagadas entre todos.
  • La formación informal (tutoriales de YouTube, cursos gratuitos, foros, Stack Overflow, GitHub…) existe porque miles de personas han compartido conocimiento sin cobrar, y porque hay software libre sosteniendo gran parte de esa infraestructura.

Conclusión: incluso el perfil más autodidacta se apoya en una red inmensa de inversión pública y colaboración comunitaria. No es una historia de “genio aislado”, sino de alguien que supo aprovechar un ecosistema construido entre muchos.

2. Un convenio débil para un sector aparentemente “privilegiado”

El convenio estatal de consultorías y servicios informáticos (conocido como convenio TIC) arrastra críticas desde hace años. No es casual que mucha gente del sector lo conozca como “el convenio de las cárnicas”, por el papel de las consultoras que subcontratan técnicos en masa.

Algunos problemas habituales:

  • Tablas salariales por debajo de la realidad del mercado: puedes estar trabajando en un proyecto crítico para banca o telecomunicaciones, con un salario de 30k–40k–50k… mientras tu categoría en convenio marca bases de 18k o cifras similares.
  • Subidas muy lentas y poco ligadas al valor real del trabajo, lo que pone el foco en “lo que consigas negociar tú” en lugar de en mejorar las condiciones del conjunto.

Esto alimenta una cultura de:

  • “Sálvese quien pueda”
  • “Yo valgo por mis skills”
  • Y una cierta pérdida de conciencia de clase, porque mucha gente siente que ya no forma parte del “proletariado” tradicional, aunque en la práctica siga dependiendo de un salario y de las decisiones de una empresa.

3. Tecnificación y autoexigencia: cuando aprender constantemente se convierte en presión

La promesa de la FP y de muchos bootcamps tecnológicos ha sido: “si dominas X lenguaje, Y framework o Z tecnología, tendrás trabajo asegurado”. Eso genera una sensación de exclusividad técnica que, en la práctica, dura poco:

  • En dos o tres años, tu framework estrella puede estar desfasado.
  • Lo que antes era una tarea especializada (testear, revisar código, documentar…) empieza a automatizarse o a delegarse a perfiles más junior apoyados en herramientas de IA.

La consecuencia es un ciclo constante de renovación forzada de conocimientos, que puede desembocar en:

  • Autoexplotación: estudiar y formarse continuamente fuera del horario laboral por miedo a quedarse atrás.
  • Síndrome del impostor crónico: la sensación de que nunca se sabe lo suficiente, aunque el trabajo salga adelante.
  • Inseguridad laboral camuflada de confianza técnica: hacia fuera se proyecta autosuficiencia; por dentro, hay miedo a ser “sustituible”.

4. La irrupción de la IA: menos heroicidad individual, más realidad de clase

La llegada de herramientas como Copilot, ChatGPT, Tabnine y tantas otras ha hecho visible algo incómodo:

  • Muchas tareas cotidianas de programación (revisión de código, generación de funciones, documentación básica, refactors sencillos) pueden automatizarse en gran medida.
  • Parte del “mérito” que se asociaba a ser rápido buscando soluciones o copiando patrones se revela ahora como algo que una IA bien configurada puede hacer con cierta eficiencia.

Esto no significa que “la IA vaya a sustituir a todos los informáticos”, sino algo más complejo:

  • El trabajo de muchas personas queda redefinido: más supervisión de código, más integración de sistemas, más coordinación…
  • Las empresas tienen un incentivo fuerte a abaratar costes, presionar condiciones y tratar como prescindible a quien no entra en su nueva ecuación de productividad.

Aquí deja de tener sentido el relato del “yo soy distinto, a mí no me va a pasar” y empieza a sobresalir otra idea: nadie negocia bien en solitario frente a una estructura que busca reducir costes. La IA no es el enemigo; el problema es qué modelo laboral se construye alrededor de ella.

5. Del individualismo techie a las salidas colectivas

En paralelo a esta precarización silenciosa, han aparecido también otras formas de organizarse:

  • Colectivos y sindicatos específicos del sector tecnológico.
  • Cooperativas tecnológicas que apuestan por otro tipo de relación laboral y de propiedad de los proyectos.
  • Comunidades que defienden el software libre, las licencias abiertas y el derecho a entender y controlar la tecnología que usamos.

En este nuevo escenario, ya no basta con “ser bueno en código”. También entra en juego:

  • Defender el software libre y la transparencia.
  • Exigir convenios y marcos laborales justos.
  • Cuestionar qué tipo de proyectos se desarrollan, para quién y a costa de qué condiciones.
  • Recuperar la dimensión política y social de la informática, más allá del salario individual.

En resumen: menos culpa individual, más conciencia compartida

El salario “relativamente alto” de parte del sector informático en España no puede explicarse solo por el esfuerzo y el talento individuales. Está sostenido por:

  • Años de inversión pública en educación y telecomunicaciones.
  • Comunidades de conocimiento compartido, muchas veces no remunerado.
  • Un mercado laboral que, aún con sus ventajas puntuales, arrastra desigualdades y brechas internas muy fuertes.

Mientras se siga leyendo la informática solo en clave de éxito personal, quedarán invisibles:

  • Las brechas brutales dentro del mismo gremio (según empresa, ciudad, género, origen, contrato, subcontrata…).
  • La autoexplotación normalizada como “pasión por la tecnología”.
  • Una precariedad oculta tras sueldos que pueden parecer dignos, pero que no siempre se corresponden con la carga de trabajo, la responsabilidad o la estabilidad real.

Este texto no nace ya desde el enfado con quienes compraron el relato meritocrático, sino desde algo distinto: reconocer que muchas personas hicieron lo que se les dijo que había que hacer… y aun así el sistema las trata como prescindibles.

A partir de ahí, la pregunta ya no es quién merece qué, sino qué condiciones colectivas necesitamos para que la tecnificación no sea otra forma de precariedad maquillada.

Comentarios

Entradas populares de este blog

🎤 Yoko no rompió los Beatles. Lennon ya estaba harto

DAILY: 60s & 70s – Mitos, Ruido y Realidades

El Mar de Aral: un océano desaparecido y la reflexión en 45ºN60ºE